jueves, 9 de agosto de 2007

Negado

Oscurecieron las luces
se acostaron las verdades
soñaron con ser falsas
entonces,
sólo entonces
fueron sueños.
A veces duele la verdad
pero casi nunca el sueño.




Un putrefacto hedor inundó las fosas nasales de los policias que habían entrado, derribando de dos patadas, la puerta de la habitación de Handrés.
Con este martes ya se cumplirían tres días de la desaparición del hijo de Raquel. Nunca antes había sucedido, Handrés jamás había llegado ni siquiera tarde a la casa; donde hacía un poco más de veinte años, su padre, había cruzado aquella puerta marrón con marco rosado, que nunca se cambió de color por la esperanza que siempre, abrigó Raquel; y es que:
- no vaya a ser que un día regrese, tu padre – le decía ella.
Como un puño se dirigía el hedor a sus narices; por reacción innata los tres, los dos policias y Raquel, se llevaron las manos al rostro, más precisamente a la nariz. Los policias pudieron reconocer en el acto, el olor a muerto; sin embargo Raquel; no. El destino sabía que Raquel no lo hubiera soportado así que éste arbitrariamente decidió, que ella no sabría nunca, que su marido había expirado, tres minutos después que se despidió de ella con una dulce sonrisa que mostraba ligeramente los dientes manchados de nicotina; aquel fatídico martes seis de enero.
Los ojos de Raquel cambiaron de expresión después de un par de segundos, sus ojos a pesar de la oscuridad y del momento, pudieron identificar la silueta de su hijo que estaba en aquel ángulo, el más lejano a la puerta.
No cabía la menor duda, para los dos policias, ese era un caso más de suicidio. Sin embargo Raquel, fue a prisa hacia donde estaba su hijo. Se había colocado delante de él y parecía que lo reprendía suavemente, como si fuese un niño de cinco años, mirándolo con una expresión; como de confundida:
- ... hueles muy mal parece que hubieras mojado tus calzoncillos, que diría tu padre ...
Los dos policias se miraron y con esa mirada se dijeron en silencio: pobre, aún no se da cuenta que su hijo se suicidó.
Se aproximaron lentamente pensando cual sería la forma más sutil de darle el pésame. El primer policía se puso detrás de Raquel, lo más lógico era que ella se desmaye al recibir la noticia.
Sin embargo un casi ahogado grito salió de la garganta, pero del segundo policía, el primer policía volvió el rostro y vio como al otro casi se le desorbitaban los ojos y muy rápidamente su piel torrnábase cada vez más pálida y más pálida; hasta que de pronto, un sonido, como de caño abierto; pero no fue un caño era que el segundo policía no pudo controlar sus esfínteres, luego se escucharon ciertas ventosidades que fueron el preámbulo para la posterior confirmación de lo que el miedo generó.
Handrés no estaba muerto, tenía olor a muerto, color de muerto, era frío como un muerto; sin embargo su corazón latía, podía arrastrar con mucha dificultad los pies y apenas podía mover sus dedos. Con este muy dificultoso movimiento, el de los dedos, había apretado la mano del segundo policía, quedando así las dos manos entrecruzadas.
II
En Handrés parecía que no había nada enfermo; sin embargo, sus órganos se iban pudriendo poco a poco y todos a la vez. Pero no se podía precisar si viviría el último mes, los últimos meses o si esos meses podrían ser un año o quizá años aunque esta última hipótesis era exageradamente optimista. Optimista para los doctores y para su madre porque para Handrés no lo era.
Un día ocurrió algo extraño, más extraño aún que lo de sus órganos putrefactos. Fue muy casual puesto que nadie podía soportar mucho tiempo al lado de Handrés, por el hedor que emanaba, sólo su madre se la pasaba al lado suyo por largo tiempo pero era gracias a las pastillas para dormir que tomaba.
La enfermera había entrado a la habitación para recoger algunos objetos cuando de pronto, una taza se resbaló de las manos de Raquel, en el movimiento rápido que hizo la enfermera para evitar la caída, sus ojos se cruzaron con los de Handrés y ella pudo ver algo extraño. Sin embargo la enfermera no le tomo importancia y salió, algo disgustada por que aunque evitó que la taza se rompa, no pudo evitar que el poco café que quedaba en la taza se derramara sobre su blanquísimo uniforme. No obstante mientras se cambiaba la blusa, una rara intuición no la dejaba tranquila así que volvió a la habitación de Handrés, sacó la pequeña linterna del bolsillo de su mandil y lentamente se acercó al hijo de Raquel, mientras ésta seguía durmiendo; luchó con soportar el hedor y evitar hacer gestos ya que estaba confirmado que el pobre de Handrés si se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Con la linterna en la mano se acercó; paso tras paso su intuición le anunciaba que algo estaba por suceder, acercó la linterna a los ojos de Handrés, se inclinó lentamente para estar más próxima al raro suceso; grande fue su sorpresa; cuando, nada encontró.
Al día siguiente la enfermera decidió decirle al doctor, que al parecer, algo extraño pasaba con los ojos de Handrés:
- ... fue ayer, no puedo describir exactamente que, pero...
- ¿lo examinaste?
- Claro, doctor.
- Y entonces ¿qué encontraste?
- Nada.
La mirada del doctor fue la misma que ella puso, cuando la noche anterior había revisado los ojos a Handrés.
III
Raquel; no podía comprender lo que le sucedía a su hijo. Mientras acariciaba el cabello de Handrés y lo observaba se percató de la espesa barba que cubría las mejillas y el mentón de su hijo. Encontró también un gran parecido de éste con el de su padre a pesar de la palidez del rostro; ¿cómo es posible que nunca antes lo había notado?; se preguntó.
Raquel había visto por primera vez a su hijo de veinticinco años, recién veía al hombre, Handrés ya no era su niño.
Se cumplió semana y media; tener a Handrés más tiempo era casi imposible para el hospital, además la prensa ya no luchaba por tener una noticia era simplemente un muerto en vida, y ya no causaba más conmoción. Ese día el doctor entró a la habitación para hablar con Raquel, tenía en mente decirle a ésta, que lo mas conveniente era que se lleve su hijo a casa. En ese instante el doctor vio como Handrés hacía unos movimientos leves con sus dedos y de sus ojos como que se desprendían ciertos colores. Se acercó raudo a él y empezó a ver en los ojos de Handrés unas imágenes. Eran de una mujer que caminaba de espaldas como en un callejón oscuro, la mujer ahora corría y volteaba de vez en vez, era claro que huía, la imagen crecía, como si los ojos se acercaran, parecía como que los ojos la perseguían, la mujer ya no volteaba y no se le podía ver el rostro, sólo corría con mucha dificultad al parecer por los altos tacones de sus zapatos, hasta que de pronto se detuvo y empezó a sacarse los zapatos raudamente. La imagen crecía los ojos se aproximaban, de pronto se pusieron delante de ella y se vio unos ojos recargados de maquillaje que lloraban, mientras hablaba, los movimientos que ella hacía con las manos daban a entender que daba explicaciones a los ojos que la cuestionaban, era una discusión. Por la aproximación de los ojos a los de ella se podía sentir una extraña mezcla de emociones tan intensas como complejas. De pronto como que se le voltearon los ojos a Handrés, se le pusieron en blanco y otra vez ojos a la normalidad.
Después de este raro episodio Handrés, no se quedó en el hospital porque fue derivado a un laboratorio en donde se observaron algunas escenas más.
IV
Se tejieron muchas historias acerca de las escenas que aparecían en los ojos de Handrés, se llegó incluso a decir que era el nuevo Mesías, que había resucitado. Miles de personas rodeaban el laboratorio, unas con velas otras con la foto de Handrés, otros con rosarios, pero todas con el mismo fin, ver al nuevo Mesías. El hedor que desprendía Handrés ya no era problema pues gracias a él, se fabricaron perfumes que disimulaban los hedores más hediondos.
Raquel era entrevistada en casi todos los programas de televisión, en revistas, en periódicos, en radios. En todas contaba historias acerca de su hijo pero nunca podía contar sobre la juventud de Handrés, apenas y recordaba como había sido la primaria. Siempre contaba lo feliz que era su familia; ella, su marido y Handrés. Mostraba en todas las entrevistas la foto de su marido perdido.

V
Un cuatro de febrero a exactamente un mes y tres días, de su calvario Handrés expiró. Todos menos su madre, vieron su fin. Por la mañana, Raquel, había salido a dar una entrevista; había salido muy contenta puesto que llevaba consigo un retrato de como se vería su marido ahora, veinte años después.
- Se ve muy diferente, tal vez por eso no lo podemos encontrar – le dijo Raquel a Handrés, mientras le mostraba el retrato. Y salía de la habitación.
Handrés tuvo un presentimiento bueno, tentó sonreír y sonrió, se sorprendió; tentó mover un brazo y lo movió. Se quedó quieto sin saber que hacer. Lentamente fue levantando su cuerpo, moviendo sus piernas, hasta sentarse en su cama, estaba en la misma posición que hace un mes y tres días cuando se sentó en su cama sintiendo un agudo dolor entre la garganta y el corazón.
Podía recordarlo claramente, como el dolor se iba expandiendo conforme el argumento de ella se expandía también. Escuchándola, sintió la palma de su mano posarse en su espalda, él se volteo, quiso verla y al volverse, ella ya cruzaba la puerta. Quiso evitar no salir, pero salió tras de ella. Ella caminaba de espaldas iba por una calle oscura, ella empezó a correr, volteaba de vez en vez, y él seguía tras de ella apresurando el paso, hasta que la alcanzó vio que lloraba luego ella intentó hablar pero sólo movió las manos y los labios pero sin voz, ya no se la veía tan fuerte como hace un instante. Aproximó su rostro al de ella y pudo sentir una extraña mezcla de emociones tan intensas como complejas. Se acercó más a su rostro pero ella volteó, miró al piso; los segundos que duró el silencio fueron una eternidad. No hizo más preguntas sólo se volteó y regresó a casa con la poca fuerza que le quedaba.
Después de recordar aquello, Handrés dio una vuelta por la habitación, hacía mucho que no caminaba. Sintió ganas de fumar y recordó que su madre siempre guardaba una cajetilla de cigarros, su padre había sido un fumador empedernido, las guardaba para cuando su padre volviese. Los buscó durante unos minutos, los encontró junto con el encendedor de su papá.
Se aproximó a la ventana, sabía que su historia había causado conmoción pero nunca creyó ver tal cantidad de gente al asomarse a la ventana y ver la calle, desde el segundo piso.
VI
Nunca más la vería, jamás encontraría su rostro entre tantos rostros y brazos extendidos que lo señalaban. Así que sólo se limitó a recordar la última vez que la vio; ella estaba en la puerta de su habitación confundida entre reporteros y enfermeras; él, echado en la cama impotente de no poder detenerla otra vez y a su lado, su madre. Cuando sus miradas se cruzaron, unas lágrimas se deslizaron en las mejillas de ella y él sintió el dolor del llanto contenido en su garganta, apenas unos segundos sus miradas se cruzaron, pero lo suficiente para ella disculparse, lo suficiente para él perdonar.
Mientras él se perdía entre sus recuerdos y la muerte, la gente veía por última vez a su “Mesías” fumando un par de cigarrillos; pues la muerte no le permitió fumar ni uno más; como tampoco le permitió a su madre, el sueño de la familia feliz.