
Mil veces acaricie su lomo; mil veces, esos ojitos amarillos, me miraron con ternura y con la fuerza única de ese pequeño cuerpecito blanco y negro.
Hoy todo ha terminado. Su fuerza, su cariño, sus ruiditos, su nariz friecita y húmeda, sus esponjitas de deditos… su presencia. Hoy el espacio en esa cama está vacío a su vasito con agua nadie acude, su platito en la mesa, su tina con aserrín, las sentadas incomodas por que ella quería ese sitio, todo, todo, está vacío. Su ausencia es como una mentira, aún siento que camino con el cuidado inconciente de saberla en mis pasos. Ya no hay nadie que con un miau me decida ir a dormir, ya no tendré cuidado en mover mi cuerpo por las noches por no fastidiar su sueño, ya no estará su presencia a mi lado cada vez que despierte atormentada por un sueño, ya no acariciaré más ese cuerpecito infladito, cuerpito que las dos últimas semanas no era ni sombra de lo que fue.
Hoy se ha ido para siempre su presencia. Esa boquita rosadita, se volvió blanca, esos ojos amarillos, eran como un vidrio sin reflejo, esas manitas inquietas quedaron ligeramente arqueadas y sus piececitos movedizos yacían juntitos y tan terriblemente quietos.
Te has ido niña bonita y no sólo hay un vacío en toda la casa, sino que todo ese vacío se ha quedado estancado en este corazón. Sin embargo, así con el corazón detenido se me dibuja una sonrisa húmeda que me recuerda tu presencia.